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LA DECISIÓN DE ANDRÉS


Andrés era un joven muy aplicado, juicioso, dedicado, serio, respetuoso, amable. Era quizás un poco temperamental, sin embargo, esto no le impedía ser carismático y lograr hacer amigos en casi cualquier lugar.  


Salía de su trabajo en las tardes e iba a la universidad a estudiar en las noches. Deseaba fuertemente cumplir su sueño de ser profesional. Además, era realmente bueno en lo que hacía.  


Vivía con su madre y su hermano. Su madre, una mujer soltera que desde niño le enseñó valores y múltiples cosas sobre la vida. Quizás algunas de las cosas iban pintadas con tintes machistas, pues su madre fue criada de esta manera y nadie la educó para ser mamá en una sociedad más moderna. También vivía con su hermano, quien era mucho más relajado, quizá vago, pero era una buena persona. Criados con los mismos valores, ambos hijos eran personas honestas y bien portadas. 


Andrés no amaba mucho su trabajo, incluso así, lo hacía muy bien porque quería cumplir su sueño de profesionalizarse. Trabajaba duro y ahorraba bastante para poder suplir cualquier gasto que este sueño representara. También ayudaba bastante a su hermano y a su mamá.  



Un día, al salir de su trabajo un poco más tarde de lo normal, fue detenido por un hombre que preguntándole la hora fue acercándose y poniéndole una pistola en el estómago.  


-Súbase conmigo y sin hacer nada, a ese automóvil, no haga ningún gesto porque disparo. 


Andrés había sido criado en un barrio donde las balas zumbaban en sus orejas constantemente, donde la sangre derramada formando charcos en el piso era común. A pesar de esto, le temía a las armas y siempre creía que había personas que no tenían nada que perder y, que si una de estas personas poseía un arma de fuego, no dudaría en dispararla sin importar el lugar donde estuviese. Por lo tanto, ante la incertidumbre de no saber cómo es cada persona, nunca se interesó por aprender a evitar estas situaciones. 


Andrés subió al vehículo.  


Al subir, le pusieron una bolsa de tela oscura en la cabeza. Escuchaba los gimoteos y reclamos de una mujer que claramente estaba en el asiento del copiloto.  


-¿Qué hacen?-, decía aquella mujer. –Ustedes no saben lo que están haciendo. Suéltenme. Déjenme ir. 


-No, señora. El patrón dijo que la lleváramos. No podemos soltarla, son órdenes de él-, esta vez habló la voz de quien obligó a Andrés a subir al carro.  


Claramente en el auto estaban la mujer y 4 hombres, incluyendo a Andrés.  


No sabe Andrés con exactitud cuánto tiempo pasó desde que lo subieron al auto hasta que llegaron a unas bodegas que, claramente, quedaban en la zona industrial de la ciudad. Estaba nervioso, preocupado, llorando. No había hablado con su madre y su hermano ese día. Ninguno había contestado sus llamadas. No quería que algo le pasara sin antes poder abrazar a su madre y despedirse de su hermano.  


-¡BÁJESE DEL AUTO, SOCIO!- le gritó el mismo hombre encargado de atraparlo inicialmente. 


Lo obligaron a caminar, aproximadamente trescientos metros, incluyendo escaleras. A través de las paredes y obvios espacios abiertos del lugar, que claramente era un complejo de bodegas, se escuchaban gimoteos y llantos aprisionados por mordazas.  


Finalmente llegaron a una habitación, una oficina grande. Lo tiraron al suelo y le quitaron la bolsa de la cabeza. Su cara de terror fue realmente intensa ante lo que vieron sus ojos. 


Su madre y su hermano estaban atados y amordazados en sillas de oficina. Ambos estaban llorando y tratando de gritar a través de las mordazas. La mirada de su madre le rompía el alma, le decía un claro «¿qué sucedió hijo, qué hizo?». 


-Bueno, me trajeron al hijo de puta que llevaba buscando tanto tiempo. Y resulta que es muy joven—. Esta era la voz de un hombre que estaba en la oficina fumando un porro de marihuana, uno al que Andrés notó solamente cuando habló. –¿Cuántos años?, ¿veinticuatro, veinticinco? Una vida corta para ganarse semejante problema. 


Andrés estaba petrificado. No sabía qué decir. No sabía cómo proceder. 


-Es un niño, Manuel- dijo preocupada la mujer que también venía en el auto. –No le hagas nada, por favor. Él no ha hecho nada. Él no es, te lo juro. Déjalos ir. 


-¡USTED CÁLLESE, ESTÚPIDA!- gritó Manuel a la mujer. -¿Me cree pendejo o qué hijueputas? Ya no me la vuelve a hacer. 


-Se-señor- tartamudeó Andrés temeroso, -le-le juro que yo no-no-no… 


-¿Qué hijueputas?, ¿qué va a decir culicagado de mierda?, ¿que no la conoce? Ese cuentico de mierda ya me lo sé. Llevó meses tratando de encontrarlo y tratando de cobrarle el que le esté metiendo la verga a mi mujer. 


-¡MANUEL, NO MÁS!- gritó la mujer. 


-¡QUE SE CALLE, ANDREA!- gritó Manuel acercándose firmemente a Andrea, la mujer en cuestión, quien retrocedió cubriendo su cara con sus manos atadas. –No tenga miedo, mi amor, que usted sabe que yo a las mujeres no les pego. 


Andrés no entendía lo que sucedía. Su mirada se desviaba entre la escena de la pareja y su familia amarrada. Sus manos sudaban y temblaban. No podía hablar bien. Tenía miedo, miedo real.  


-Venga, chino- Manuel se dirigió a Andrés, dando una calada a su porro y expulsando el humo sobre el joven asustado. –Su mamá seguramente le enseñó a tratar a las mujeres, ¿no? 


Andrés no hizo nada. Ni lo miró ni respondió. 


-¡RESPONDA!- gritó Manuel. 


-S-sí, señor- respondió finalmente Andrés. 


-¡Tan lindo este hijueputica! No solamente le enseñaron a tratar a las mujeres sino a ser respetuoso con los mayores- se burlaba Manuel, mientras seguía fumando su porro y expulsando el humo sobre Andrés. –Vea chino, yo sé que sí. Su mamá claramente es una persona decente y con valores, muy buenos valores. Yo quisiera que la mía los hubiera tenido de tal manera. A pesar de que mi mamá no los tuviera así, sí me enseñó valores. Me enseño a no golpear a una mujer, a no herirla físicamente. Por eso puede tener la certeza y mi palabra de que a su mamá no le ha sucedido nada físico. Bueno, quizás un empujoncito para subirla al carro y ya. En cambio, su hermano sí se puso difícil; no más véale la cara, está con un ojito colombino. 


Andrés miró. Efectivamente su hermano tenía un hematoma en el ojo izquierdo y su madre le dijo con la mirada que el hombre no la había lastimado. 


-¿Lo ve? Puede confiar en mi palabra-. Manuel sacó de su bolsillo del pantalón una caja pequeña de madera, sacó otro porro y lo prendió con un encendedor de esos finos, el cual claramente lo había mandado a decorar con pequeñas notas musicales en oro. Era muy ostentoso. Nuevamente fumó y expulsó el humo sobre la cara de Andrés. –De verdad, chino-, prosiguió, -confíe en mí. Yo soy un hombre de palabra. Pero de la misma manera le doy mi palabra de que si no me dice la verdad sobre mi mujer, no solamente voy a matarlo a usted, sino que antes de eso, voy a matar a su mamá y a su hermano, y ninguno de nosotros dos quiere eso, ¿verdad? 


-Por favor, no lo haga-. Por fin habló Andrés desesperado. –No lo haga, si quiere máteme a mí. Pero déjelos ir.  


-No chino, no puedo hacer eso. Si hago eso, esta perra no aprenderá la lección-. Miró a Andrea. 


-En serio Manuel, de nuevo no. No la cague. Este muchacho no es. Él no ha hecho nada.  


-Mi amor, no me la va a hacer otra vez-. Le respondió Manuel a su mujer. Luego se dirigió a Andrés: -Vea chino, le creo a su mirada. Y no le creo que no le haya llenado de leche la vagina a mi mujer, yo sé que a ella le encanta la leche fresca. Le creo que sea una buena persona. Creo en la familia… A ver… ¿Qué hacer? 


La mamá de Andrés se atacó a llorar, sus ojos encharcados describían claramente el estado de tristeza de esta humilde familia de tres. 


-¡Ya sé!- Manuel se dirigió nuevamente a Andrés. -¿Está dispuesto a  lo que sea para que puedan salir vivos de acá? 


-¡Sí!, ¡LO QUE SEA! –gritó desesperado Andrés. 


-Listo, vea chino. A lo bien, yo le creo que usted sea una buena persona. Le creo. A esta hijueputa le gusta dañar peladitos buenos como usted. Aunque usted es el más joven al que ella le ha dado el culo-. Fumó su porro y expulsó el humo. Le creo a su bondad. De la misma forma, creo en la mirada de bondad de su mamá y en el valor de su hermano. Hagamos algo… 


-¿Qué?, dígame. Déjelos vivir. 


-Le voy a dar tres minutos. 


-¿Para qué?- respondió Andrés angustiado pero con un ápice de esperanza. 


-Para que elija quién va a vivir. Le voy a dar la posibilidad de que elija a dos de ustedes que van a salir vivos de aquí. Y de verdad, estoy generoso, solamente porque usted me recuerda lo que yo quería ser de niño: un buen muchacho. 


-¡Por favor, no! Se lo ruego-. Rogó Andrés. 


-Manuel, no lo hagas. Nunca vuelve a pasar, pero no lo hagas, mi amor. Él ni siquiera es. Por favor, es una familia- Rogó Andrea. 


-¡CÁLLENSE LOS DOS!- gritó Manuel. –Tres minutos tiene, o le estallo ésta a su mamita, a su hermanito y a usted- dijo sacando una pistola de un bolsillo del saco deportivo marca Adidas que llevaba puesto. -Tres minutos, chino, pero no puede acercarse a su familia. Elija. 


Andrés rompió en llanto arrodillándose ante tal situación tan macabra. No podía elegir, no quería elegir. Miró a su mamá y ella con la mirada llena de lágrimas y agradecimiento por haber sido tan buen hijo, moviendo su cabeza le dio a entender que debía salvar a su hermano y a él mismo. La mirada de su madre era un puñal que lo mataba por dentro. Era la mirada de una madre orgullosa y agradecida, valiente y entregada. Por otra parte, su hermano con la cara roja de ira y lleno de sorpresa le indicó a su hermano, de la misma manera que su madre, que la salvara a ella.  


Andrés estaba perdido, hundido en una mierda que él no se merecía, que él sabía que no se merecía. No sabía qué decidir. Fueron unos minutos largos. Tal vez los más largos de su vida. 


-Le queda un minuto, Andresito- Dijo Manuel dando nuevamente una calada a su porro. 


Andrés lloró, suspiró y pensó todo con un poco de valor y de imparcialidad, cosas que su madre le había inculcado desde niño. Miró a su mamá, la mujer que le dio la vida, por la que él quería ser mejor persona, a quien le debía el juramento de ser un gran hombre y un profesional. Mirando a su mamá recordó que siempre fue ella quien estuvo dispuesta a darlo todo por él y su hermano, que ella era una excelente madre. También pensaba que su madre ya había tenido su vida, sin embargo, no la oportunidad de vivir, que era algo que él quería brindarle. 


De forma similar miró a su hermano. Joven, quizá un poco vago, pero un hombre valiente con buen corazón. Una persona que estaba dispuesta a darlo todo por su familia. Descubrió que había sido su mejor amigo desde siempre, y que siempre estaba dispuesto a ver las oportunidades de la vida aunque a veces no las tomara. Andrés sabía que de salir vivo, su hermano tendría la disposición de mejorar y ser alguien. Lo conocía muy bien. Sabía que su madre querría que él viviera. 


Pensó en él mismo. Pensó que su madre lo odiaría si se quitara la oportunidad de vivir y cumplirle el juramento. Sabía que su madre lo odiaría si sacrificaba su propia vida o la de su hermano. Aun así Andrés, en caso de sacrificarse, no estaría vivo para sentir el triste odio de su madre. 


La decisión era difícil. Una decisión a raíz de algo que ni él ni su familia merecían. Confiaba en el hombre, no le quedaba más. Además, criándose en este mundo, aprendió que a veces estas personas tienen más razón y son más confiables que muchos otros. No tenía opción. Debía elegir. Su madre, su hermano o él.  


Pasaron diez minutos. Dentro de una camioneta iban los tres miembros de la familia, Manuel manejando y un guardaespaldas apuntando con dos pistolas a la familia. 


-Listo-, dijo Manuel a su guardaespaldas. –Que el chino le diga entonces a quién eligió y con el silenciador puesto, usted haga el trabajo.  


Hubo un destello de luz dentro del vehículo. Más adelante, a quizá doscientos metros, una patrulla de policía se acercaba lentamente. Estaban patrullando. Manuel detuvo la camioneta e hizo sonar el claxon para que los policías lo atendieran. 


-Buenas tardes, señor agente-. Saludó a los policías con una sonrisa, la cual fue correspondida por los agentes. –Allá atrás pasó algo, se escuchó un disparo y tuvimos que salir huyendo de ahí. Por favor revisen, la zona está como muy insegura. 


-Gracias por infirmar-. Los policías arrancaron a toda velocidad en esa dirección. 


Al llegar más adelante, vieron tres figuras humanoides en una vía que daba a la entrada de unas bodegas, recién abandonadas hace un par de meses. Al bajar de la patrulla y acercarse, notaron que eran 2 personas llorando mientras sostenían un tercer cuerpo que yacía muerto y desangrándose. 

Comentarios

Un escrito destacado:

AMY LEE

1 Salía de un evento de pintura erótica, de cerveza, de aromas a sexo y de poesía muerta. No tenía rumbo, destino, compañía y mucho menos motivación alguna para continuar la noche buscando placeres o bebiendo cerveza. Acá se manifiesta mi obsesión por el café cuando digo que, si de bebidas amargas se trataba, quería llegar a casa y calentar un poco del mismo para beberlo a solas en mi cuarto.  Llegando a una esquina para tomar un taxi compré un cigarrillo marca Jet, me quedé de pie junto al vendedor para sentirme con algo de calor, y todo sucedía mientras esperaba que hubiese disponible un taxista. Era arriesgado subirse a un taxi a esa hora, y más por esa zona y con el aspecto que llevaba yo con mi sombrero viejo de cincuenta mil pesos.  -Oye, disculpa, eres Franco, ¿verdad? -irrumpió ella en mi silencio, en mi noche, en mi humo y en mi vida. Eran los ojos más hermosos que podía encontrarme en esa etapa de mi vida, y más con la obsesión que tengo con esas miradas tan dulces qu